Cada cual tiene una idea acerca de las canciones: de lo que son, lo que muestran, lo que esperamos de ellas. Y por ello, a veces, hay malentendidos, detalles importantes que pasamos por alto.

Para poner algo de luz en este asunto, vamos a hablar un poco de las entrañas de una canción. Para ello, nos valdremos de una de las clásicas definiciones que acompañan a estos maravillosos artefactos: música y letra.
Vamos allá.
Letra y música, dos en una
Supongo que nadie habrá quedado sorprendido por la mención de estos dos elementos básicos y esenciales de las canciones.
Su presencia, absolutamente abrumadora, en la inmensa mayoría de las canciones de la historia y sus variadas relaciones, han dado para muchas teorías y discursos a lo largo del tiempo pero, a pesar de todo, tal vez haya todavía espacio para unas reflexiones más.
Explicar que una canción es música y letra constituye una reducción y una simplificación, claro.
Y, aunque pueda parecernos poca cosa como definición, la realidad es que tampoco le falta verdad.
Letra y música pueden verse tranquilamente como los dos pilares que sostienen una canción.
Además, es habitual generalizar alguna de sus funciones y, por ejemplo, decir que la música es aquello que nos atrae en un primer momento, lo que despierta nuestra atención y nos invita a escuchar activamente una canción.
Por otro lado, la letra se suele asociar, a menudo, con aquello que nos va a hacer escucharla hasta el final, más allá del impacto inicial, aquello que va completar nuestro viaje por toda la composición y, si hay suerte y conexión, si la magia sucede, lo que hará que la queramos volver a escuchar de nuevo.
Bien. Es posible que en muchos casos sea así. ¿Por qué no? Tiene sentido relacionar lo puramente musical con algo instantáneo, subconsciente o casi mágico. Todos hemos experimentado en más de una ocasión ese rapto, esa llamada irresistible a nuestra atención, esa especie de respuesta automática ante ciertos estímulos musicales.
Y la letra, después, con su sensualidad significativa, con el mensaje más o menos fragmentado, con su ambigüedad o su vehemencia, con esa historia que sabemos que terminará pronto, de alguna forma, … Es muy fácil dar a las palabras ese papel fidelizador, ese poder de atraparnos verso a verso y conducirnos hasta el final mientras nos va repitiendo su estribillo, por ejemplo, hasta quedarse fija en nuestro cerebro indefenso.
Puede ser. Es una forma de explicar la extraordinaria habilidad de las canciones para llegar y quedarse con nosotros durante mucho tiempo, a menudo, incluso, de por vida.
Primero la música
Si pensamos en este asunto desde el lado de la composición, hay en el variado espectro de escritores y escritoras de canciones una clásica dicotomía, o tal vez una simple preferencia o costumbre, entre aquellos que empiezan por escribir la música y los que lo hacen por la letra, además de, digamos, las y los compositores que intentan alumbrar las dos patas de estas criaturas al mismo tiempo.
Vamos por partes, entonces.
Supongamos que tú eres de aquellas personas que tienen facilidad para crear melodías, para escuchar progresiones armónicas o imaginar ritmos. Digamos que tarareas o directamente escuchas en tu cabeza la danza de las notas y el tiempo, que juegas con ello sin mucha dificultad y que sientes una clarividencia natural a la hora de determinar estructuras musicales, en definitiva.
Añadamos a esto, que no tengas un gen enfermizo como el perfeccionismo extremo o el ansia de originalidad absoluta.
En este caso, es probable que el material base con el que escribas canciones sea ese caudal de música. Es muy posible que acumules decenas o centenares de esbozos sonoros, de desarrollos, de apuntes bastante definidos que están esperando sus versos o su sentido completo para darse por terminados.
Pero también, si eres consciente de ese talento en ti, si sientes que la música brota con fluidez de tu imaginación, puede que uses la estrategia contraria, y empieces la composición por las palabras, por las ideas significativas o las historias de cualquier tipo y, a partir de ellas, con esa guía bien establecida, abaras las compuertas de tu caudal musical contenido para que las bañe hasta encontrar su melodía, su arreglo, su sonido completo.
También es posible, y habitual, que alguien así, un ser musical por encima de todo, busque colaboraciones con otras personas más dotadas o confiadas en sus poderes lingüísticos o narrativos, por ejemplo.
Estamos hablando de algo muy íntimo, en realidad, algo extremadamente personal que no es fácil convertir en asuntos o tipologías generales, pero puede que algo de lo que estoy diciendo sirva para afrontar la composición de canciones desde alguna perspectiva que no habías tenido en cuenta hasta ahora.

Primero la letra
Y, como hemos dicho, en el lado opuesto encontramos a aquellas personas con facilidad de palabra o escritura, capaces de hilar un relato o evocar de una forma coherente y seductora asuntos o circunstancias a través de las palabras y los versos.
Las y los letristas, por naturaleza, por vocación o por lo que sea. Gente que escribe y no sufre parálisis ni tiene grandes dudas irresolubles y puede confeccionar textos más o menos artísticos, más o menos inspirados, con una cierta rapidez y regularidad.
Estas personas, en la línea de lo que decíamos antes, es comprensible que llenen libretas, hojas de papel o cualquier superficie y soporte imaginable con ideas, expresiones, títulos, borradores y textos de todo tipo que, tal vez, en algún momento encontrarán su melodía, el ritmo y los acordes que le hagan justicia y las las hagan volar más alto y más lejos de lo que habrían llegado por sí solas.
Aquí podríamos encontrar a tal vez a compositores Folk o lo que se llama en ocasiones canción de autor, pero realmente no tiene porqué ser así.
Muchos artistas Pop, por ejemplo, y de otros estilos, aportan su pluma y sus versos en el seno de una banda que les añade su música, o viceversa, en lo que acaba siendo otra forma de composición colectiva.
También se podría utilizar la estrategia que comentábamos antes y, si eres alguien dotado para la escritura, empezar por imaginar alguna melodía o progresión armónica que te inspire o te parezca digna, para desplegar tu magia verbal sobre ello, después.
Letra y música al mismo tiempo
Otra opción es buscar o practicar el milagro de la creación completa y espontánea.
Es decir, intentar que, siempre que sea posible, el momento creativo surja con una letra y una melodía, al menos, simultáneamente.
Esto, que puede tener sus peligros, como resultar en una copia inconsciente de algo ya escuchado, por ejemplo, tiene la ventaja de ofrecer una solución instantánea a uno de los grandes problemas de la composición de canciones: que letra y música estén perfectamente engarzadas, que no suene forzado nada en su unión, que fluyan, en definitiva, como una sola cosa.
Cada creador es un mundo, como hemos dicho. Un mundo de costumbres, habilidades e incluso supersticiones y, aunque tal vez, componer así regularmente sea el sueño de más de uno, la verdad es que usar esta, digamos, técnica, tampoco asegura ni calidad, ni conformidad con lo que logremos producir ni ninguna otra cosa más allá de la conveniencia y de una especie de iluminación momentánea.
Finalmente, cada cual hace lo que puede más que lo que quiere. Muchas veces, en general, escribiremos canciones de una u otra forma o con varias de estas situaciones sucediéndose y, si hay suerte, ayudándose entre ellas.
Podemos empezar tranquilamente con un tarareo despreocupado, medio inconsciente y de pronto añadirle una expresión o lo que podría ser un verso, y después escribir otros versos sin un soporte musical definido y talvez más tarde imaginar un cambio de tonalidad o un acorde inesperado y, así, poco a poco, ir completando el rompecabezas intentando que el frankenstein cobre vida y sea más humano que artificial y que escuchemos nuestra nueva canción y nos reconozcamos en ellas junto con muchos y muchas personas más.
Podemos componer de cualquier forma imaginable. Jugando, sufriendo, riendo, llorando, rotos, enteros, fuertes o desechos.
Podemos tomar un camino y llegar a algún sitio o perdernos durante un tiempo. Podemos entrar en trance y reunir lo necesario en relativamente poco tiempo.
El proceso creativo puede ser más o menos ordenado o absolutamente caótico y, en general, lo único que verdaderamente importa es encontrar el camino que lleve a nuestra composición a un resultado coherente con lo que queríamos expresar con ella.

Conclusiones
Bien.
Música y letra, letra y música.
Hemos visto cómo, nos guste o no, las relaciones que mantengan una con la otra en cada caso, va a determinar en buena medida cómo va a ser la canción, cómo va a percibirse, como va a impactar en la audiencia.
Por poner unos sencillos ejemplos. Una letra amable cantada sobre una melodía suave, unos instrumentos de sonido delicado y una interpretación contenida dará un resultado probablemente tierno … o aburrido.
Unos versos con un lenguaje rudo, con una melodía angulosa, un sonido rasgado y una interpretación dura, por así decirlo, casi seguro que resultará en una experiencia impactante … o insoportable.
Es decir, la lógica de una serie de características determinadas, el equilibrio que se establezca entre las cualidades de los elementos de cada canción va a convertir a cada canción en el objeto artístico único que es, lo que va a escuchar efectivamente cualquiera con quién se encuentre en su viaje.
Finalmente, de todas formas, está la subjetividad, las costumbres y la educación musical de cada cual, y sin duda, lo que a uno le parece excesivo a otro le puede parecer insuficiente.
Las variadísimas sensibilidades y vivencias de cada persona van a completar, de alguna forma, la comunicación entre los participantes en la creación de la obra y los receptores de ella. Cada persona, una impresión particular, cada momento, un impacto único.
Así, para ajustarnos un poco más a la realidad de la percepción musical y lírica de las canciones, tenemos que reconocer que muchas veces la melodía, la armonía o el ritmo, tienen un peso significativo en el conjunto de una canción, tanto o más grande que las palabras y los versos.
Del mismo modo, un discurso verbal aporta ya su propio ritmo, propone una entonación basada en el idioma y las costumbres, una rima, unas cualidades musicales, en definitiva, que son claves en el entramado sonoro de cualquier composición.
En fin. Las canciones. Algo mucho más sutil y complejo, si las escuchamos con atención, de lo que en un principio podríamos pensar.
Gran parte de esas relaciones sofisticadas que suceden en estos artefactos sencillamente las aprendemos ya durante la infancia, por pura repetición.
Una canción tras otra, van enseñándonos ese código peculiar de sonido y significado, esa lógica misteriosa que relaciona conceptos y sensaciones, experiencias y sueños, esta forma peculiar de cantar, de expresarnos y de explicarnos a nosotros mismos.
Letra y música, canciones, nuestra historia personal y colectiva a través de los siglos.