Probablemente, el pilar más importante a la hora de entender, practicar y disfrutar de las obras musicales y las canciones es escuchar. Me refiero a la audición en sí misma, a lo que pasa en nuestras cabezas cuando un grupo de sonidos entra en nuestros oídos, cuando una composición musical se mete en nuestro cerebro.

El hábito de escuchar como mecánica, como herramienta, como un hábito, nos va a ir descubriendo nuevos escenarios reales en nuestra vida musical y nos va a permitir percibirla, comprenderla, utilizarla y disfrutarla de una forma más profunda y completa.
La música es escuchar
Cuando pensamos en la música, muchos elementos vienen a nuestra cabeza: instrumentos, cantar, tocar, el sonido, … pero hay uno esencial que está presente en todos los otros y es indispensable para que la música sea: escuchar.
Ni siquiera el sonido en sí mismo es más importante que escuchar. Yo puedo escuchar música en mi cabeza sin que ni un solo sonido se produzca, por ejemplo.
En cierto sentido, la escucha es anterior a los sonidos musicales. Escuchar es lo que puede convertir a cualquier sonido en música.
¿Por qué, por ejemplo, la mejor banda u orquesta del mundo tocando para una única persona que está pensando en otra cosa, está realmente produciendo música?
Para esa persona, desde luego, no.
Escuchar es activar ciertas capacidades en nuestro cerebro y también en nuestro cuerpo. La escucha, que relacionamos completamente con el oído, es en realidad una experiencia integral que experimenta el ser humano.
Por supuesto, el órgano principal es el oído, pero el rango de frecuencias sonoras afecta y se puede sentir también con otras partes de nuestro cuerpo. Pensad en la percusión, en instrumentos como el contrabajo o en los sonidos subgraves de muchos estilos musicales modernos.
Por no hablar de la actividad física que la música puede provocar y provoca al escucharla en nuestros cuerpos. Esto no es algo que podamos ignorar sin más.

La audición
De cualquier forma, y ya centrándonos en el oído como especialista en este campo de la audición, nuestro especialista, escuchar es o debería ser algo activo.
Escuchar en general, por supuesto, pero escuchar música y canciones, en concreto, no puede consistir en sencillamente actuar como una planta o como una pared, en permanecer pasivos y prácticamente inalterados cuando la música sucede a nuestro alrededor.
Tanto si nos referimos a escuchar diferentes estilos musicales, o distintos intérpretes, sin ninguna necesidad de llegar a considerarnos unos melómanos, como si pensamos en reconocer los elementos que componen la música y las canciones, escuchar es o debería ser la base, no sólo del gozo de la música, sino también de su estudio.
Escuchando es como daremos sentido a esas obras que, a menudo, no lo tienen o pueden tener muchas lecturas distintas.
Escuchando encontraremos las respuestas a las incógnitas que pueda encerrar una melodía o la letra de una canción. Escuchando, en definitiva, completaremos ese acto de comunicación que son la música y las canciones.
Escuchar como autoaprendizaje
Y no sólo eso. El arte, y la música concretamente, es un terreno extraordinario para conocernos a nosotros mismos. Sí, has oído bien. Podemos llegar a considerarla una terapia, una investigación sobre nosotros mismos, un piedra lanzada en nuestro pozo interior.
La música que nos guste o la percepción que tengamos individualmente de las canciones o las obras musicales van a decir casi más de nosotros mismos que de la música misma. Esas elecciones van a hablar claramente de cómo somos, de qué nos importa y qué no, de que nos distingue y nos asemeja a los demás.

Cantar
Para cantar, por ejemplo, además de no tener alguna patología relacionada, sólo hace falta un requisito indispensable. Sí, lo habéis adivinado: escuchar.
¿Cómo vamos a saber qué cantamos y de qué forma si no escuchamos con atención, si no relacionamos los sonidos que produce nuestra voz con nuestras sensaciones físicas, con nuestro cuerpo, que es al fin y al cabo, el instrumento que los hace posibles?
Escuchar es el camino para cantar mejor y, lo más importante, reconocernos en nuestro canto.
Tocar y escuchar
¿Y qué decir de tocar un instrumento? Pues lo mismo. Hay que escuchar.
Tocar o cantar con otros y otras músicas es algo muy muy especial. El tipo de comunicación que permite la música y las canciones es algo único, no suele tener tantos condicionantes como el discurso verbal, con sus ideas, sus presunciones y sus intereses.
Pero para tocar en solitario o con otras personas, sí, hay que escuchar. A más atención, más información y más posibilidades de tocar cosas interesantes, coherentes con el conjunto sonoro de que se trate, y más posibilidades de tocar mejor.
Escuchar y crear
Pero, llegados hasta aquí, ya nos damos cuenta del poder que estamos acumulando, de las posibilidades que se presentan frente a nosotros para utilizar ese conocimiento, esas sensaciones y ese criterio para nuestros propios objetivos.
El momento creativo paulatinamente se convierte en algo frondoso, con mucho donde elegir, con una auténtica abundancia de recursos a nuestra disposición.
Las consecuencias de una escucha activa en nuestra cabeza son increíbles. Puedes no sólo reconocer y entender muchos detalles musicales sino que, a la hora de componer, por ejemplo, el cerebro se convierte en una auténtica orquesta, en un manantial de ideas, en un flujo que a veces es incluso difícil de encauzar.
En cualquier momento, en cualquier lugar podemos estar tramando música, canciones, desarrollando ideas sin nada más que nuestros recursos mentales, que el inventario de escuchas acumuladas, esa especie de mercado persa donde puedes encontrar prácticamente cualquier cosa, cualquier sonido o combinación ya sea familiar o sorprendente.
Si hablas con alguien con cierta cultura musical, que haya escuchado con atención durante un tiempo, no será extraño oírle decir expresiones como trance creativo, obsesión, automatismo, flujo y otras parecidas. Estas suelen ser descripciones de la actividad intensísima que acostumbra a producirse en las cabezas de esas personas que han acumulado suficientes referentes musicales y experiencias sonoras en sus mentes.
Sin instrumento musical, sin partitura ni otros medios o soportes se puede crear música y se crea efectivamente con sólo esa despensa cerebral, en lo que a veces nos parece un acto de pura magia.

La educación del oído
Pero no es magia. Ni blanca, ni negra, ni roja. Es atención y práctica.
Desde el punto de vista académico, todo lo relacionado con aprender a escuchar mejor, a reconocer sonidos y estructuras musicales con tan sólo oírlas se suelen reunir en asignaturas llamadas educación del oído, desarrollo auditivo o similares.
En ellas se intenta fijar la percepción rítmica, de intervalos, de acordes y demás mediante la audición musical más o menos guiada, dictados y otros ejercicios destinados a adquirir lo que un buen oído relativo.
El oído relativo, como contraposición del oído absoluto que algunas personas tienen o adquieren a temprana edad, consiste en, a partir de una nota dada, por ejemplo, poder reconocer el resto de componentes armónicos de las piezas musicales.
Este es un asunto muy útil y valioso para cualquier persona interesada en la música más allá de la afición a escuchar canciones o bailarlas, por ejemplo.
Conclusiones
Escuchar es el camino, en muchos sentidos.
Es un camino que nos puede llevar a muchos lugares extraordinarios. Es un camino que nos recompensa con sólo recorrerlo y que es tan largo y frondoso como queramos que sea.
Escuchar es la puerta al entendimiento en todas sus formas. En las conversaciones, en los discursos, en el aprendizaje, en la empatía y también es la fuente de nuestra expresión, de nuestra capacidad para comunicarnos desde el interior salvaje y caótico de las entrañas, la sangre y el corazón con los otros humanos y el mundo más o menos civilizado.
Y, musicalmente, escuchar es todo: es el principio, el camino y el fin. No hay un momento, ni siquiera en los silencios, en el que nos podamos permitir no escuchar, dormir despiertos, cerrar nuestras orejas o perdernos en nuestros pensamientos.
Cada segundo musical no escuchado es un segundo musical perdido para siempre, una oportunidad de sentir, disfrutar y aprender que ya no volverá.
No quiero ser demasiado enfático, ni pesado, ni exagerado pero es difícil ser discreto y comedido en un tema tan esencial y valioso.
Escuchar, cantar o silbar relajadamente una melodía es tan importante como comer, descansar o respirar. Si queremos vivir una vida humana plena, si valoramos este tiempo que nos ha tocado como lo que es, algo extraordinario, algo que no cualquier ser vivo tiene la ocasión de experimentar.
Si queremos, además, que la música sea una parte importante de nuestras vidas, entonces ya no hay otra opción que activar al máximo nuestro oído. Tenemos que cuidarlo, poner atención y reflexión en los que percibimos por él, orientarlo a lo esencial y a lo valioso y protegerlo del ruido, de la falsedad, de la confusión.
Lo que le demos regresará a nosotros como una recompensa multiplicada, como un tesoro hundido y rescatado, como un puñado de semillas dispuestas a germinar en más y mejor música.
No me enrollo más. Escuchar o no escuchar, esa es la cuestión.