Entre las muchas palabras y conceptos que rodean a la música y su aprendizaje, hay uno especialmente ambiguo y recurrente. El lenguaje musical, esa expresión que hemos escuchado en tantas situaciones y bocas distintas, sugiere claramente alguna clase de sistema de comunicación pero, ¿a qué nos referimos cuando juntamos las palabras música y lenguaje?
Vamos a intentar dejar claro este asunto de una vez por todas.

¿Qué entendemos por lenguaje musical?
Bien, como tantas otras palabras y expresiones, lo que conocemos por lenguaje musical puede hacer referencia a varios aspectos distintos de la práctica y la teoría musical.
Por un lado, desde el punto de vista más académico, el lenguaje musical reúne asuntos tan diversos como la notación musical, la lectura, la expresión rítmica, melódica y armónica, la educación del oído o incluso los elementos musicales y su estructura.
Todo este gran grupo áreas de conocimiento, por decirlo de alguna manera, convierten al lenguaje musical en una especie de cajón de sastre donde cabe casi cualquier cosa que se considere «saber música» en las conversaciones cotidianas.
La notación y la lectura musical
¿Cómo recordar una pieza musical a lo largo del tiempo?
Esta cuestión se ha resuelto a los largo de la historia de distintas formas, dependiendo del grado de evolución tecnológica, por decirlo así, de cada época y comunidad humana.
Lo que en la antigüedad fue, probablemente, un arte basado en la repetición y la memoria, donde la transmisión oral era el centro de cualquier actividad musical, se fue acompañando de intentos por dejar escrito, mediante algún sistema de signos, esa información, ese legado cultural, aquellos hallazgos compositivos de las generaciones anteriores.
Así, durante siglos, se fue urdiendo la llamada notación musical. Nos referimos a pentagramas, notas y símbolos interpretativos cada vez más numerosos que intentaban trasladar al papel, a una representación gráfica, las obras y experiencias musicales que se iban creando.
Que hoy en día, si has aprendido ese código de signos, estas grafías musicales, podamos escribir y leer piezas musicales, reproducir la intención de un compositor, compositora o intérprete, hasta cierto punto, al menos, se debe a ese esfuerzo continuado de músicos que querían conservar la música del pasado y presente para que fuera accesible en el futuro.
Lo que la invención de la imprenta convirtió en la mejor forma de inmortalizar una obra musical, en el siglo XX, con la aparición de las grabaciones musicales de audio, aportó otra forma, tal vez más directa, de escuchar obras anteriores, aprenderlas y reproducirlas.

La expresión musical
Pero, además de la notación, de la escritura y la lectura de pentagramas, y del intento de sintetizar algo vivo como una canción cantada o una pieza instrumental interpretada por humanos, otros detalles, a menudo, sutiles pero no menos importantes afectan a nuestra percepción musical.
La forma de entender e interpretar con cualquier instrumento, incluida la voz, pasajes musicales, por ejemplo, las cualidades del sonido que producimos con esos instrumentos, el uso de los silencios y, en general, la interiorización y ejecución rítmica de las melodías o los acompañamientos son algunas de las facetas que cubre la llamada expresión musical.
Hasta cierto punto, podríamos decir que la notación musical trata de ser científica, precisa, escrupulosa, mientras la expresión en la música, como disciplina de estudio, apunta más bien a lo subjetivo, a cómo cada cual proyecta su voz interior y crea o aporta a composiciones anteriores su sello personal, su carácter particular en un momento y tiempo determinados.
La educación del oído
Acompañando a todo este rosario de signos, tenemos a otro componente importantísimo de lo que conocemos como lenguaje musical: la educación auditiva.
Académicamente, es habitual plantear la interiorización de los elementos musicales como un entrenamiento, como una práctica sistemática y repetitiva del llamado oído relativo, el cual, a partir de una nota dada, puede reconocer mentalmente música escuchada, escrita o memorizada.
Lo que tradicionalmente se ha llamado solfeo sería una parte de este entrenamiento, así como los dictados melódicos, rítmicos y armónicos, entre otros ejercicios relacionados.
A partir de los intervalos musicales y las figuras rítmicas, básicamente, el músico debería ser capaz de reproducir la música que le sea propuesta y, se supone, también entender su lógica y propósito.

Elementos musicales y estructura
El ritmo, la melodía y la armonía suelen mencionarse como los elementos fundamentales de cualquier pieza musical.
El lenguaje, cuando nos referimos a la música, incluye específicamente a estos elementos tanto individualmente como en conjunto.
El análisis melódico y armónico, la percepción y expresión rítmica, y las intersecciones de estos elementos que, en realidad, no pueden subsistir en el mundo real por separado, son cuestiones que se abordan desde distintas perspectivas como parte de lo que se considera lenguaje musical.
La estructura formal de las canciones y las diversas maneras de organizar el material musical en piezas con propósitos y duraciones de todo tipo son también objeto de estudio en el llamado lenguaje musical
Práctica y lenguaje en la música
Cuando nos interesamos por un compositor, compositora o intérprete determinado y empezamos a escuchar sus obras, por ejemplo, con atención, lo que vamos a estar percibiendo es precisamente su lenguaje musical, la selección específica de elementos sonoros que él, ella o ellos, si nos referimos a un grupo, ha elegido para comunicarse musicalmente con el mundo, con nosotros.
Esa es tal vez la acepción más útil para cualquiera a la hora de escuchar música y canciones, para poder completar esa comunicación tan especial entre músicos y oyentes. Entender la combinación de cierto tipo de ritmos, o de una forma particular de tocar un instrumento y el resultado final de esas características concretas, el conjunto, es una de las mayores satisfacciones que una audiencia puede obtener de una experiencia musical.

Del mismo modo, como músicos o escritores de canciones, por ejemplo, cuando cantemos, toquemos un instrumento o creemos nuestras composiciones, estaremos tomando ese mismo tipo de decisiones, y el lenguaje musical que utilizaremos será el resultado de esas decisiones, de nuestro gusto o humor o intención que debería quedar patente en el resultado final de las interpretaciones o composiciones que hagamos.
El lenguaje musical, como un todo, no es más que una enciclopedia, un inventario, un conjunto de herramientas de las que tan sólo unas cuantas nos servirán para nuestros propósitos, digamos, artísticos.
Conclusiones
Con todo esto dicho, escrito y comentado, podríamos pensar que el lenguaje musical es una cuestión teórica y poco más.
No es extraño.
La educación musical, especialmente en las sociedades que se suelen llamar a sí mismas, más desarrolladas, ha ido institucionalizándose poco a poco y la práctica, que es el origen y el destino lógico y sano de las experiencias musicales, ha quedado casi como un accesorio de la teoría, como algo posterior, en el mejor de los casos, como un premio al esfuerzo de años de estudio.
Sería bueno romper con esta tendencia si queremos que la música tenga la vitalidad y presencia en el día a día de las ciudades, los pueblos, sus comunidades y sus familias, en lo más cotidiano de nuestras vidas.
La música es libre. Todo el mundo puede cantar y, de hecho, la mayoría de nosotros y nosotras cantamos sin preocuparnos de la teoría que pueda desprenderse de nuestro canto.
Lo que, con demasiada pompa, se llama lenguaje musical, es la música misma en acción.
Cuando cantamos despreocupadamente o tocamos un instrumento de forma autodidacta, por ejemplo, estamos utilizando lenguajes musicales, sin el apoyo de terminología teórica tal vez, pero con una intención completamente auténtica y real, con un instinto que reúne desde nuestra genética hasta la educación sonora que hayamos tenido, aunque sea inconscientemente.