¿Cómo se relacionan las distintas partes o elementos que podemos diferenciar en una canción?
Desde los clásicos música y letra, pasando por las estructuras, e incluso teniendo en cuenta el propósito que perseguimos con cada composición, vamos a repasar los sutiles mecanismos que operan en el interior de las canciones.

Vamos allá.
Los mecanismos de las canciones
Cuando escuchamos una canción, cuando realmente conecta con nosotros y nos transporta a la esfera musical, al sentimiento, a la vivencia misma de su escucha, no acostumbramos a analizar cada uno de los elementos que están sucediéndose, a veces, al mismo tiempo y, otras, uno después de otro.
Incluso para personas que se dedican a la música o la escritura de canciones, con la deformación profesional que implica, escuchar una canción es, o debería ser, una experiencia compacta, un influjo complejo pero único que nos afecta como un todo, de la forma que sea.
Las combinaciones posibles, los planos de escucha y significado, el sentido mismo de una canción en conjunto es un pozo sin fin de posibilidades.
La manera como se relaciona una melodía con los versos o con la armonía o incluso la instrumentación, la forma de estructurar las secciones o los elementos musicales, cada engranaje que se da en una composición es clave para la percepción global de la obra.
Y estas decisiones, el qué incluimos y qué no, el qué va primero y qué después, etc … estas decisiones son muchas veces una fuente de dudas y confusión.
Estamos creando y realmente el ámbito creativo es libre, podemos hacer lo que queramos pero, para conseguir un objetivo determinado, para que una canción cumpla su propósito, unas decisiones van a ser más adecuadas que otras.
Entonces, lo que en principio se puede plantear como algo gratuito o caprichoso, las infinitas posibilidades, sencillamente van a acotarse y revelarse como algo mucho más claro y evidente, si nos fijamos en eso que queremos que sea o persiga cada canción.
No hace falta romperse la cabeza o dudar infinitamente sobre si escribo esto o aquello, o si lo hago de esta o aquella manera, o si este elemento es necesario o podemos prescindir de él.
Si aplicamos un poco de sentido común y de intención a nuestro trabajo, veremos que la clarividencia acude con mucha más facilidad, el proceso creativo es más fluido y los resultados acostumbran a ser más consistentes y aumentar su poder comunicativo.
El propósito y la lógica, aunque no van a solventar todas nuestras dudas, ni van convertirnos mágicamente en unos genios la composición, sí van a ayudarnos, al menos, a no poner más obstáculos o confundirnos mientras estamos escribiendo nuestras canciones.
Como dice la sabiduría popular, la forma más fácil de acertar es empezar por no cometer errores. La sencillez se consigue no complicando las cosas.
Ser conscientes de lo que queremos hacer va a aclarar enormemente nuestro camino.
Vamos a repasar algunos de esos mecanismos, algunas de las piezas que se combinan en las canciones para conseguir armar un artefacto completo y poderoso.

Las partes
Entonces, si aplicamos nuestro microscopio de compositoras y compositores a una canción cualquiera, encontraremos sustancias diferentes, sonidos que se superponen y enlazan de diferentes maneras, información sonora diversa, en definitiva, que opera en conjunto como una sola cosa.
La estructura es, probablemente, lo primero que nos viene a la cabeza cuando pensamos en la mecánica de las canciones, en las piezas que conforman una obra.
La variedad de esas secciones, la cantidad, la longitud, el orden y la repetición de alguna de ellas son responsables, en buena medida, de cómo se va a exponer y percibir cada composición o arreglo.
Empezar con un estribillo o coro, o presentar una canción con una intro y dos estrofas, por ejemplo, cambia completamente el funcionamiento de cualquier tema. Repetir la secuencia estrofa-estribillo varias veces, provoca una especie de expectativa o anticipación inevitable por parte del oyente. Incluir cuatro o más secciones distintas a lo largo de una canción, seguramente, tendrá el efecto contrario.
Los versos o estrofas largas o cortas, la cantidad de cada uno de ellos, el tipo de rima, el desarrollo melódico más o menos amplio, más o menos sofisticado, el tipo de acordes, el ritmo o ritmos empleados, …
Estas decisiones, elegir esto o aquello y en qué medida, son algunas de las cuestiones a tener en cuenta en cada composición.
Otro mecanismo que se da en las canciones es la relación entre música y letra, casi siempre simultáneas pero distintas, hasta cierto punto.
El hecho de que, en principio, la música sea mucho menos rígida en cuanto a su significado respecto a la letra, provoca que a menudo nos sintamos más libres a la hora de imaginar melodías, ritmos o armonías.
Pero, claro, debemos tener en cuenta que estamos escribiendo música para una canción, para una letra en concreto, tal vez para un género o estilo musical determinado, y esto va a condicionar inevitablemente el material musical que elegiremos.
Y, como hemos dicho en otras ocasiones, tenemos que verlo más como una ayuda, como algo positivo, como una guía más como una restricción o condicionante creativo.
Por mucho que quieras reducir los elementos de una canción siempre te van a quedar cientos de soluciones para expresar lo que te sea que te hayas propuesto.
El sonido y el significado o el sentido de cada elemento de las canciones es otro de los engranajes sutiles que suceden en el interior de una composición.
Que las características sonoras de unas palabras y unos contenidos puramente musicales sean más o menos afines, por ejemplo, va a provocar distintos artefactos o pasajes y distintas percepciones también
Además, tomando algo de distancia, cuando tenemos en cuenta lo que se repite y lo que no se repite, tanto simultáneamente como durante en transcurso una una canción.
El efecto de una melodía doblando un ritmo o un elemento percusivo no es el mismo que la especie de polirritmia que podemos conseguir evitando que coincidan, por ejemplo.
O servirnos de motivos musicales para desarrollar el discurso musical o no hacerlo, o jugar con las mismas palabras o significados durante la canción en lugar de escribir textos más descriptivos o coloquiales.
Los elementos que aparecen una y otra vez en una composición aportan unas cosas determinadas, probablemente, aumentan la cohesión de la pieza en conjunto y los detalles fugaces, las excepciones en el contexto de un tema, ofrecen otras cosas, un soplo de aire fresco, una oportunidad para la sorpresa, tal vez.
Bien, podríamos segir analizando las sutilezas que se suceden en las entrañas de las canciones pero tampoco quiero ser pesado ni mucho menos dar a entender que necesitamos escribir canciones con este ojo clínico, con este espíritu científico.
Tan sólo menciono estas cosas para aumentar nuestra consciencia como escritoras y escritores de canciones, como un recordatorio, si queréis, o mejor, como un recurso que podemos utilizar para activar este o aquel mecanismo, si nos conviene, en nuestros trances creativos.
La técnica, el conocimiento y el oficio, en definitiva, estan al servicio de la expresión, el deseo y caos, incluso.
No hay que encerrarse en nada para crear pero, en ocasiones, si nos hace falta algo de coherencia, un hilo del que tirar, un bisturí para cortar esto a aquello que nos tiene bloqueados, conocer estos entresijos es una buena carta que jugar para seguir adelante y dar una forma definitiva a nuestras ideas y sentimientos.

El todo
Pero, insisto, por mucho que entendamos fríamente todos esos elementos sonoros y todos esos mecanismos, escribir canciones no consiste sencillamente en combinarlos de cualquier forma.
Ser un experto o un especialista o cualquier forma imaginable de profesional de las canciones, alguien que pueda dar una clase sobre estas cuestiones o escribir tratados de composición, no garantiza que hagas canciones memorables y con sentido, automáticamente.
Cada canción es un reto en sí mismo, como todos los que nos dedicamos a ello sabemos perfectamente.
Cada canción que se está creando es un conjunto de elementos, sí, una sucesión de sonidos y significados más o menos claros, por supuesto, pero es también algo más.
Podríamos recurrir tranquilamente a aquello de que el resultado debe ser mayor que la suma de sus partes.
Porque, sí, muy bien, puedo describir el lenguaje y el discurso de la letra de la canción, puedo analizar la estructura musical, los instrumentos, los arreglos, la producción, hasta agotar las palabras, pero, ¿eso es todo?
Nuestra experiencia como oyentes o como intérpretes nos dice claramente que una canción es, o puede ser, algo mucho más grande, emocionante, estremecedor y poderoso que una descripción o análisis, por muy extenso y preciso que sea.
Y eso es precisamente lo que buscamos cuando escribimos una canción: emocionar y emocionarnos, sentir algo especial, algo que nos remueva de alguna manera, algo que no nos resulte indiferente o repetido mil veces.
Y cómo conseguimos eso?
Bien, cada maestrillo tiene su librillo, sin duda, pero, si yo tuviera que elegir una sola cosa que tiene la capacidad de unificar todos esos elementos y partes de una canción y fundirlos hasta que nos parezcan una entidad sólida y única, pondría mi atención en el propósito, en el motivo, en la razón que me impulsó a escribirla.
Este concepto o impulso o tal vez objetivo, llámale cómo quieras, si está claramente perfilado en nuestra cabeza y nuestro corazón cuando estamos componiendo, no sólo va a darnos respuestas y posibilidades a cada pregunta que nos surja durante el proceso sinó que va a mantener una dirección y un cierto criterio a la hora de añadir o modelar cada detalle.
Tener un imaginario propio o apropiado a nuestras emociones, contar con conocimientos suficientes de música o escritura o cualquier otra habilidad creativa, tener buenos hábitos de trabajo, cuidar la motivación, tener proyectos en mente o poder producir piezas con cierta fluidez son herramientas que van a ayudarnos, sin duda.
Pero, antes, durante y después de escribir una canción no podemos olvidar que estamos diseñando y armando un todo, una pieza artística, en buena medida, un objeto sonoro completo que, si lo hacemos bien y tenemos algo de suerte e inspiración, va a percibirse no como piezas o engranajes o arquitectura sónica sino como una canción conmovedora, o divertida, o rabiosa, o lo que queramos que sea.
Ese es el objetivo principal de los que hacemos canciones.

Conclusiones
En fin, los caminos de la creatividad y la imaginación tal vez sean insondables pero no estamos completamente a merced del capricho de los dioses si aplicamos algo de sentido común a nuestro empeño.
Por supuesto, si quisiéramos ser todavía más analíticos, encontraríamos que las canciones estan atravesadas también por la tradición, las expectativas, los asuntos generacionales y tantos otros factores que afectan a la composición y nuestra percepción personal.
Está bien, es útil y podemos utilizar este tipo de conocimientos para momentos determinados del proceso creativo, pero tampoco buscamos ser máquinas perfectas o arquitectos todopoderosos a la hora de componer canciones.
Una gran parte de la magia que podemos invocar en una letra o la música de cualquier tema se basa en lo inconsciente, en lo inesperado, en lo accidental, incluso, y os recomiendo que prestéis atención a todo aquello que aparezca en vuestra imaginación sin previo aviso, sin que sepamos muy bien de dónde ha salido, porque en muchos casos estaremos frente a un grito de nuestro inconsciente o una necesidad expresiva, una oportunidad, en definitiva, de escuchar algo muy íntimo en su forma más pura.
En fin, vamos a quedarnos con esta idea: una canción es tanto las relaciones que se establecen entre todos sus elementos como el potencial que tengan cada uno de ellos por separado.
Y no olvidemos que, de hecho, lo que buscamos con una canción es mucho más que lo que dice o cómo lo dice: queremos un artefacto mágico, un puñal comunicativo, una caricia interior, …
No queremos una sinfonía, ni un poema, ni una conferencia, queremos, ni más ni menos, una canción.
Adelante.